Por si un día volvemos, de María Dueñas

Por si un día volvemos, de María Dueñas

 · Isabel Martínez

Hay autores que, libro a libro, construyen un territorio propio. María Dueñas lo ha hecho desde hace tiempo, y en Por si un día volvemos regresa a él con todo lo que la ha definido: mujeres fuertes, pasados que vuelven, heridas que no se cierran del todo… y esa capacidad de narrar desde lo íntimo sin caer en la sensiblería.

Esta vez, la protagonista es una escritora que vuelve al pueblo de su infancia tras décadas de ausencia. Lo que podría haber sido solo un reencuentro nostálgico se convierte en un recorrido emocional por la memoria familiar, las fracturas no resueltas y las palabras no dichas. Dueñas maneja muy bien ese vaivén entre pasado y presente, sin hacer que ninguno pese más que el otro.

Lo que más me ha interesado de esta novela no es lo que se cuenta, sino el tono. Hay una contención que antes no siempre encontré en su obra. Una forma de mirar las cosas con una madurez emocional más serena, más sobria. La escritura sigue siendo accesible, cuidada, pero ahora con una profundidad que no necesita alzar la voz.

Los personajes —sobre todo femeninos— están bien delineados. No buscan ser perfectos ni ejemplares. Tienen contradicciones, silencios, miedo, rabia contenida. Y en esos matices se cuela la verdad de lo que Dueñas quiere contar: que volver no siempre es regresar a un lugar, sino a una parte de nosotras que habíamos dejado atrás.

También hay algo que me ha gustado especialmente: el modo en que la novela reflexiona sobre el propio acto de escribir. La protagonista, al enfrentarse a su historia familiar, se enfrenta también al modo en que narramos lo que nos pasó. Hay pasajes donde escribir se presenta no como una solución mágica, sino como un intento —a veces torpe— de ordenar el caos de lo vivido. Eso, como lectora y como alguien que escribe, me resulta profundamente reconocible.

Quizá no estamos ante una novela que busque sorprender, ni romper estructuras. Pero Por si un día volvemos no lo necesita. Es una historia que acompaña, que se cuece a fuego lento, y que encuentra su fuerza precisamente en esa calma narrativa que no impone, pero permanece. A veces, eso es lo que más agradecemos: que alguien escriba desde la verdad de lo que duele… y de lo que nos permite seguir.

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