
Literatura o negocio: la polémica detrás de los libros de influencers
En los últimos años, una preocupación creciente ha comenzado a circular entre escritores, lectores y críticos literarios: ¿está la literatura cediendo terreno a la lógica del mercado?
Autores como Arturo Pérez-Reverte no han dudado en alzar la voz contra una tendencia cada vez más extendida: la prioridad editorial por publicar libros de influencers, celebridades o personajes mediáticos, aun cuando la calidad literaria de esas obras resulte, en muchos casos, cuestionable.
Lo que importa ahora: seguidores, no páginas
El fenómeno no es nuevo, pero se ha intensificado con el auge de las redes sociales. Cualquier persona con una gran comunidad de seguidores puede convertirse en autor (o al menos en figura de portada) y entrar en las listas de más vendidos.
Para muchas editoriales, esto es comprensible: publicar a alguien que garantiza miles de ventas antes de imprimir la primera copia parece una apuesta segura. Pero para muchos escritores, esto representa una traición al espíritu de la literatura: se publican productos, no libros.
“Hoy se publican demasiadas tonterías sólo porque quien las firma tiene muchos seguidores”, ha comentado en varias ocasiones Pérez-Reverte.
¿Qué está en juego?
El problema no es que existan libros escritos por influencers. Algunos pueden incluso ser útiles, divertidos o bien escritos. El problema es la sustitución sistemática de la literatura por productos de consumo rápido disfrazados de libros.
Cuando el criterio editorial se basa exclusivamente en la proyección mediática del autor, se pierde:
- El riesgo por descubrir voces nuevas y valiosas.
- La función cultural del editor como mediador entre calidad y público.
- El respeto por el lector como alguien que busca más que entretenimiento momentáneo.
El lector también tiene poder
Pero no toda la culpa recae en las editoriales. Como en cualquier mercado, la demanda influye. Si los libros de celebridades venden más que una buena novela sin marketing, es porque hay lectores que los compran.
Esto no significa que el lector común deba ser culpado, pero sí que se debe fomentar una educación literaria más crítica y consciente, desde la escuela hasta los espacios culturales.
¿Hay lugar para la buena literatura?
A pesar del panorama, la buena literatura no ha muerto. Todavía hay editoriales valientes que apuestan por la calidad antes que por el algoritmo, y lectores que buscan profundidad, estilo, ideas.
Muchos autores noveles logran destacar con esfuerzo y voz propia, aunque no tengan millones de seguidores. Pero cada vez es más difícil abrirse paso sin caer en la lógica del “producto vendible”.
Conclusión
La comercialización de la literatura no es, por sí misma, un mal. Pero cuando se convierte en el único criterio para decidir qué se publica, pone en riesgo el sentido mismo de lo literario.
Necesitamos editores con criterio, lectores exigentes y escritores comprometidos.
Porque los libros pueden ser productos, sí, pero también pueden —y deben— ser obras.